Como Ícaro he encontrado he encontrado motivos para volar más allá de mi fina prisión de recuerdos tormentosos, pesadillas eternas y fantasmas de mis amores rotos.
Me alcé hacia nuevas alturas de vértigo insospechado, escalé muros imaginarios, rompí ventanas hechas de luceros y abrí mis alas tan fuertes, tan bellas, tan gráciles, que sentí orbitar a la luna; luna testigo de mis amores, luna espejo de tu belleza.
Luché contra el viento oceánico, tan celoso de nuestra pasión que vomitaba tornados, maldecía con maremotos y se secaba de tristeza; a él por ti lo derrote, por ti a él sacrifique mi nobleza.
Hice afrenta divina ante el viento de arena; desértico, estéril, rudo y mentiroso, pues silbaba mil mentiras, por que alimentaba con sus llantos mis tristezas; murió al desangrarse su llanto, al morir robo mis lágrimas turquesas.
Disparé una flecha envenenada al viento antártico y pudoroso, al llegar se escondió bajo su manto perla, al llegar nunca me miro a los ojos; de sangré manché su manto al arrancarme la bondad y la alegría de mis ojos.
El viento de las montañas rugió con furia infinita, recordándome con su tufo que no eras mía; murió al ahogarse con su bilis, ahogo mi sinceridad y destruyó una flor de loto.
Sentí el peso de la muerte al luchar contra el viento africano; veloz, despiadado e imparable, con su lanza animal perforó mi mente asesinando mi dulzura; yo sin remordimiento con mi ira traspase su vientre.
Mis alas, hasta hace un momento eran tan fuertes...tan bellas, pero ahora son viejas e inútiles; cada aleteo que trato de dar es una ráfaga directa hacía mi corazón, cada latido que mi corazón da lastima mi mente, cada instante que estas en mi mente es un cambalache con la muerte.
Al final mis alas cedieron, se desquebrajaron y murieron; quedé a la deriva, bajo la fuerza de la gravedad de tu desprecio; caída libre y mortal, nada más esperando el impacto letal del rechazo tuyo en el asfalto estéril de la jungla de concreto donde vivimos los condenados.
Mientras caía perdí la fe, me abandono mi templanza y maldije al Dios en el cual una vez creí ciegamente, ahora era un ser vacío y a la deriva, aferrado a la fuerza de lo que fue y no sería, pero al final el amor mismo me abandono.
No queda nada más que el golpe fatal de la realidad que tratamos de negarnos, pero no nos duele ni nos hace daño, por lo menos hasta cuando todo es tarde y la ley inquebrantable de la realidad nos muestra lo que nos negamos, nos muestra lo ridículos y efímeros que somos.
El cuerpo sobrevivió a la caída fatal, pero las heridas más profundas son las que no se ven, las que hacen mella al interior y sofoca los buenos sentimientos que en mi interior existieron, y es que en este caso Ícaro no solo perdió sus alas...también perdió su corazón.